viernes, 19 de abril de 2019

Butler y la teoría de performatividad de género


Al nombrar a una persona “hombre” o “mujer”, incluso desde antes del nacimiento, lo que ocurre no es una constatación sino una realización.
Dicha enunciación despliega una serie de normas sobre relaciones, identificaciones, deseos, intereses, gustos, maneras de hablar, de vestir, de vinculares con "el sexo opuesto", etcétera. Esto se traduce en una construcción del propio cuerpo en función de las normas de género dominantes.


Vivimos como si "mujer" y "hombre" fueran hechos con realidad interna, y por lo tanto incuestionables; es el propio comportamiento lo que crea el género: actuamos, hablamos, nos vestimos de maneras que puedan consolidar una impresión de ser un hombre o ser una mujer.
El género entonces no es una verdad incuestionable e interna. Es más bien un fenómeno que se produce y reproduce constantemente. Así, decir que el género es performativo implica que nadie tiene un género dado desde el inicio, sino que éste se produce durante una constante puesta en acto (es decir, en la repetición cotidiana de las normas de género que nos dicen cómo ser o no ser hombres, o cómo ser o no ser mujeres).

Judith Butler hace una distinción entre "el género es un performance" (la puesta en escena, un acto), y "el género es performativo". 
El primer caso hace referencia a lo que hacemos para presentarnos al mundo bajo la etiqueta de un género, comúnmente binario (mujer u hombre), mientras que el segundo término hace referencia a los efectos que dicha performance produce en términos normativos (de convertirse en una norma).
 El poder institucional
Todo lo anterior se vigila, legítima y protege especialmente por la acción de poderes políticos e institucionales de distintos tipos.
Uno de ellos es la familia tradicional, fundamentalmente asentada en un modelo de género jerárquico y heterosexual.
Otro es la instrucción psiquiátrica, que desde sus inicios ha patologizado las expresiones de género que no se ajustan con la normativa dicotómica y heterosexual. Y hay también otras prácticas, informales y cotidianas, que constantemente nos presionan para no salirnos de las normas de género. Un ejemplo de esto es el bullying verbal por diversidad de género, que es una forma de insistir en el cumplimiento de los valores normativos asociados a hombre/mujer y masculino/femenino.
Así pues, el problema es que lo anterior produce distintas formas de violencias cotidiana e incluso termina por condicionar oportunidades y acceso a derechos.

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