Al nombrar a una
persona “hombre” o “mujer”, incluso desde antes del nacimiento, lo que ocurre
no es una constatación sino una realización.
Dicha enunciación despliega una serie de normas sobre relaciones, identificaciones, deseos, intereses, gustos, maneras de hablar, de vestir, de vinculares con "el sexo opuesto", etcétera. Esto se traduce en una construcción del propio cuerpo en función de las normas de género dominantes.
Dicha enunciación despliega una serie de normas sobre relaciones, identificaciones, deseos, intereses, gustos, maneras de hablar, de vestir, de vinculares con "el sexo opuesto", etcétera. Esto se traduce en una construcción del propio cuerpo en función de las normas de género dominantes.
Vivimos como si "mujer" y
"hombre" fueran hechos con realidad interna, y por lo tanto
incuestionables; es el propio comportamiento lo que crea el género: actuamos,
hablamos, nos vestimos de maneras que puedan consolidar una impresión
de ser un hombre o ser una mujer.
El género entonces no es una verdad
incuestionable e interna. Es más bien un fenómeno que se produce y reproduce
constantemente. Así, decir que el género es performativo implica que nadie
tiene un género dado desde el inicio, sino que éste se produce durante una
constante puesta en acto (es decir, en la repetición cotidiana de las normas de
género que nos dicen cómo ser o no ser hombres, o cómo ser o no ser mujeres).
Judith Butler hace una distinción entre
"el género es un performance" (la puesta en escena, un acto), y
"el género es performativo".
El primer caso hace referencia a lo que
hacemos para presentarnos al mundo bajo la etiqueta de un género,
comúnmente binario (mujer u hombre), mientras que el segundo término
hace referencia a los efectos que dicha performance produce en términos
normativos (de convertirse en una norma).
Todo lo anterior se vigila, legítima y
protege especialmente por la acción de poderes políticos e institucionales de
distintos tipos.
Uno de ellos es la familia tradicional, fundamentalmente asentada en un modelo de género jerárquico y
heterosexual.
Otro es la instrucción psiquiátrica, que
desde sus inicios ha patologizado las expresiones de género que no se ajustan
con la normativa dicotómica y heterosexual. Y hay también otras prácticas,
informales y cotidianas, que constantemente nos presionan para no salirnos de
las normas de género. Un ejemplo de esto es el bullying verbal por
diversidad de género, que es una forma de insistir en el cumplimiento de
los valores normativos asociados a hombre/mujer y masculino/femenino.
Así pues, el problema es que lo anterior
produce distintas formas de violencias cotidiana e incluso termina por
condicionar oportunidades y acceso a derechos.
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