600 años de antigitanismo en España
Sandra Heredia es cordobesa. Tiene 32 años. "Estoy soltera y comparto piso", afirma remarcando esa circunstancia personal como demostración de que su vida no es muy diferente de la de otras mujeres de su generación. Sandra estudió Empresariales y Turismo. En su familia hubo anticuarios y plateros y también un abuelo que durante unos años fue policía local. Trabajó en un hotel y en varios programas de inserción laboral. Hizo un máster de Sociología y Ciencias Políticas y otro de Estudios de Género y, actualmente, prepara un doctorado sobre el antigitanismo. Es la responsable en Fakali de las relaciones con organizaciones internacionales.
Para Sandra, el feminismo o la sororidad forman parte desde hace mucho tiempo del discurso de la mujer gitana. "Esta actitud ante la vida no nos la hemos inventado nosotras, viene de muy atrás. Si acaso nosotras nos hemos empeñado en darle más visibilidad", apunta.
"La mujer gitana trabaja fuera de casa desde hace muchas generaciones, cuando las payas estaban en sus casas cuidando de sus hijos y sus maridos", apunta Consoli.
Virgina Heredia es diputada en el Congreso por el Partido Popular y concejal en Écija (Sevilla). Es la única parlamentaria gitana en la actualidad. Sólo un hombre gitano había llegado antes al Congreso, Juan de Dios Ramírez Heredia, primero desde las filas de la UCD y después con el Partido Socialista.
Virginia es cuarterona o mezclada [de padre mestizo y madre paya]. "El que era gitano-gitano era mi abuelo", subraya. Ella primero estudió Relaciones Laborales y luego se sacó el grado en Ciencias del Trabajo. Trabajó 10 años de camarera para pagarse sus estudios. Sobrina del Tobalo el de la burra, un personaje muy popular en Écija, y descendiente de tratantes de ganado. En el Congreso de los Diputados es portavoz de Infancia.
María Rubia nació y se crio en Sant Boi del Llobregat. "Quizás mis rasgos nunca me identificarían con el prototipo de mujer gitana. Pero en el colegio siempre fui María la gitana porque la mía era prácticamente la única familia gitana que había en el barrio. Estuvo 15 años trabajando como mediadora social y forma parte desde hace cuatro del Consejo Municipal del Pueblo Gitano de Barcelona. En julio asumió su vicepresidencia: "El racismo nos sale muy caro", afirma, como si no fuera suficiente con los argumentos al uso para defender políticas inclusivas. "Hacen falta muchos recursos, muchas estructuras, mucho activismo y muchos programas para luchar contra un antigitanismo que, en España, tiene 600 años". "Es curioso que los planes interculturales se hayan activado a raíz de la llegada masiva de inmigración extranjera. Pero los gitanos llevamos aquí 600 años y la única integración que se nos ha propuesto ha sido siempre la de la asimilación, la de la eliminación de nuestras señas culturales".
Los promotores escolares de la Fundación Pere Closa o la red de agentes antirrumores contra el antigitanismo de Barcelona trabajan para separar el grano de la paja en el imaginario colectivo. "Porque no es cierto que cuando un niño gitano no va a la escuela sea por una cuestión cultural, ni es cultural el autoempleo. Ambas cosas son el resultado de generaciones y generaciones de exclusión y de antigitanismo".
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