"Cuando
las payas estaban en casa cuidando de sus hijos, la mujer gitana ya trabajaba
fuera"
El programa 'Palabra de gitano', que abundaba en todos los
tópicos negativos de la cultura calé, ha generado un nuevo activismo que
muestra otros modelos de ser mujer y de ser gitana
"Hacen
falta muchos recursos para luchar contra 600 años de antigitanismo en
España", afirman las portavoces de una sensibilidad ignorada por los
medios y las redes sociales
Cuando se habla de la mujer gitana en un medio de comunicación con frecuencia es para ligar los
términos a un montón de lugares comunes con los que se apuntalan los propios
prejuicios. En el mejor de los casos: artista, matriarca,
embaucadora, comerciante; y, en el peor: delincuente, celosa, machista, analfabeta o víctima de violencia de
género y exclusión social. Ésta que les escribe,
cuando se planteó este reportaje, casi de forma automática pensó en buscar
referentes de mujeres gitanas en El Vacie (uno de los asentamientos chabolistas
más antiguos de Europa) o las Tres Mil Viviendas, una de las barriadas más
deprimidas de Sevilla. Pero, ¿por qué no buscarlas en la universidad o en un
despacho de abogados o en cualquier oficina de la mastodóntica administración
pública? ¿Acaso no las hay allí?
"Haberlas,
haylas, como se dice de las meigas en Galicia", explica Consoli Vaquero, gitana, abogada, y
miembro de la Federación de Mujeres Gitanas Fakali. "Pero no es fácil
encontrarlas. ¿Y sabes por qué? Porque en el formulario de matrícula de la
facultad no se pregunta a qué etnia perteneces".
Tampoco cuando haces una oposición. Sería inconstitucional. Pero
eso impide tener datos fiables sobre la población gitana que hay en las aulas
de una universidad, en el cuerpo de profesores de la enseñanza pública o entre
el personal sanitario de un hospital, por ejemplo. Los datos que se manejan son
sólo extrapolaciones -no es fácil hallar estadísticas- pero desde las
asociaciones gitanas se habla de que uno de cada 100
gitanos es universitario. Y el 80% es mujer.
En España,
el gitano sigue siendo el grupo étnico más
rechazado socialmente y estereotipado. Cada año,
el Barómetro del Centro Investigación Sociológica (CIS) repite un dato
revelador: en torno a un 40% de la población reconoce que le molestaría mucho o
bastante que sus vecinos fueran gitanos. Y una de cada cuatro personas prefiere
que sus hijos no vayan al colegio con niños y niñas gitanos, según datos
citados por el Protocolo contra el Antigitanismo.
Así las
cosas, el gitano o gitana que vive fuera de la exclusión social y se integra en
un ambiente normalizado
-expresión que genera mucho rechazo entre los colectivos gitanos- acaba siendo
invisible, lo que redunda en el reforzamiento del estereotipo: si no hay otros referentes visibles positivos, se
seguirá pensando que la mujer gitana es sólo la que vive en El Vacie o trabaja
en el mercadillo.
En el fortalecimiento de los estereotipos, los medios de
comunicación de masas (a los que se han sumado en la última década las redes
sociales) son una herramienta definitiva. No sólo por el uso frecuente -incluso inconsciente- de expresiones con alto contenido
racista. Sino por el simple de
hecho de remarcar la etnia de un presunto delincuente o víctima sólo si éste es
de etnia gitana, como si por sí mismo fuera un agravante, un atenuante o
incluso una circunstancia añadida que ayuda a explicar lo ocurrido.
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