viernes, 3 de mayo de 2019

"Cuando las payas estaban en casa cuidando de sus hijos, la mujer gitana ya trabajaba fuera"


"Cuando las payas estaban en casa cuidando de sus hijos, la mujer gitana ya trabajaba fuera"



El programa 'Palabra de gitano', que abundaba en todos los tópicos negativos de la cultura calé, ha generado un nuevo activismo que muestra otros modelos de ser mujer y de ser gitana

"Hacen falta muchos recursos para luchar contra 600 años de antigitanismo en España", afirman las portavoces de una sensibilidad ignorada por los medios y las redes sociales



Cuando se habla de la mujer gitana en un medio de comunicación con frecuencia es para ligar los términos a un montón de lugares comunes con los que se apuntalan los propios prejuicios. En el mejor de los casos: artista, matriarca, embaucadora, comerciante; y, en el peor: delincuente, celosa, machista, analfabeta o víctima de violencia de género y exclusión social. Ésta que les escribe, cuando se planteó este reportaje, casi de forma automática pensó en buscar referentes de mujeres gitanas en El Vacie (uno de los asentamientos chabolistas más antiguos de Europa) o las Tres Mil Viviendas, una de las barriadas más deprimidas de Sevilla. Pero, ¿por qué no buscarlas en la universidad o en un despacho de abogados o en cualquier oficina de la mastodóntica administración pública? ¿Acaso no las hay allí?

"Haberlas, haylas, como se dice de las meigas en Galicia", explica Consoli Vaquero, gitana, abogada, y miembro de la Federación de Mujeres Gitanas Fakali. "Pero no es fácil encontrarlas. ¿Y sabes por qué? Porque en el formulario de matrícula de la facultad no se pregunta a qué etnia perteneces".



Tampoco cuando haces una oposición. Sería inconstitucional. Pero eso impide tener datos fiables sobre la población gitana que hay en las aulas de una universidad, en el cuerpo de profesores de la enseñanza pública o entre el personal sanitario de un hospital, por ejemplo. Los datos que se manejan son sólo extrapolaciones -no es fácil hallar estadísticas- pero desde las asociaciones gitanas se habla de que uno de cada 100 gitanos es universitario. Y el 80% es mujer.

En España, el gitano sigue siendo el grupo étnico más rechazado socialmente y estereotipado. Cada año, el Barómetro del Centro Investigación Sociológica (CIS) repite un dato revelador: en torno a un 40% de la población reconoce que le molestaría mucho o bastante que sus vecinos fueran gitanos. Y una de cada cuatro personas prefiere que sus hijos no vayan al colegio con niños y niñas gitanos, según datos citados por el Protocolo contra el Antigitanismo.

Así las cosas, el gitano o gitana que vive fuera de la exclusión social y se integra en un ambiente normalizado -expresión que genera mucho rechazo entre los colectivos gitanos- acaba siendo invisible, lo que redunda en el reforzamiento del estereotipo: si no hay otros referentes visibles positivos, se seguirá pensando que la mujer gitana es sólo la que vive en El Vacie o trabaja en el mercadillo.



En el fortalecimiento de los estereotipos, los medios de comunicación de masas (a los que se han sumado en la última década las redes sociales) son una herramienta definitiva. No sólo por el uso frecuente -incluso inconsciente- de expresiones con alto contenido racista. Sino por el simple de hecho de remarcar la etnia de un presunto delincuente o víctima sólo si éste es de etnia gitana, como si por sí mismo fuera un agravante, un atenuante o incluso una circunstancia añadida que ayuda a explicar lo ocurrido.


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